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LOS DIOSES MAYAS. Por Claude Francois Baudez EN: "ARQUEOLOGÍA MEXICANA"

17.10.2010 19:53

Los dioses mayas
Una aparición tardía
Claude-François Baudez

Decir que la religión de los mayas del Clásico no incluía dioses parecería una provocación, pues se considera natural la existencia de divinidades en la religión de los mayas de todas las épocas. Sin embargo, si tomamos en cuenta sus representaciones y el culto que se les rinde, las criaturas que conforman el mundo mítico del Clásico no tienen ni la naturaleza ni el carácter de los dioses del Posclásico.

La diosa Ix Chel en el Códice Madrid, f. 30, Posclásico Tardío. Aquí la anciana está regando la tierra con su cántaro volcado.




La diosa Ix Chel en el Templo de los Guerreros, columna 16 este, Chichén
Itzá (Yucatán), Posclásico Temprano.Esta anciana carga un cántaro para regar la tierra.

Poner en duda la existencia de dioses entre los mayas del Clásico provoca indignación. Pocos son los escépticos que siguen el camino abierto por los grandes pioneros como George Kubler, Tatiana Proskouriakoff y Heinrich Berlin; hoy, esta tesis la abandera Joyce Marcus (1978), quien también cuestiona a los dioses zapotecos del Clásico. Sólo unos cuantos investigadores aceptan discutir el tema, incluso para expresar su desacuerdo (Rivera Dorado, 2006). En la tradición occidental premonoteísta (religiones del Mediterráneo, Egipto, Grecia y Roma), el politeísmo siempre tuvo un amplio desarrollo, y las artes de esas civilizaciones, a las que se puede agregar la India, se dedicaron en gran parte a la representación de sus divinidades. Por ello, quienes conciben a los dioses como un elemento natural de la religión, no la imaginan sin dioses. Parecen olvidarse de las religiones de numerosas sociedades de África, Asia y América que no tenían o no tienen dioses. Por supuesto, esto no significa que esas sociedades no creyesen en lo sobrenatural, o que no tuvieran el sentido de lo sagrado; pero la costumbre de llamar dios a cualquier criatura dotada con poderes que trascienden los del hombre, es una simplificación abusiva. Los mundos míticos o sobrenaturales están poblados por seres extremadamente variados en cuanto a naturaleza, identidad, apariencia, estatus, poder, jerarquía, función, relaciones y atribuciones. Además, los seres de otros mundos son objetos de culto o no lo son, y, a su vez, esos cultos tienen formas distintas, cuya importancia es variable. Pertenecen a numerosas categorías, así, desde el animismo panteísta hasta el monoteísmo, las poblaciones míticas abarcan grandes fuerzas cósmicas, y éstas tienen algunas veces asistentes de rango inferior, como los tlaloques de Tláloc del México central. Cabe recordar que dentro de una misma religión coexisten formas divinas muy elaboradas y espíritus no muy bien definidos. Con frecuencia, dentro de un sistema politeísta se encuentran tendencias monoteístas; a la inversa, los monoteísmos más intransigentes aceptan a santos, profetas y ancestros a los que se rinde culto.

Historia de los dioses mayas
Los dioses constituyen el nivel superior de una jerarquía de criaturas sobrenaturales. Sin constituir forzosamente un panteón muy estructurado, tienden a multiplicarse rápidamente y a distribuirse los espacios y los roles. El politeísmo es un sistema en perpetua evolución. En la civilización maya, los dioses aparecen tímidamente hacia 1000 d.C. en Chichén Itzá, Yucatán, debido al impulso de otras religiones mesoamericanas. A partir del siglo XIII y hasta la conquista su número no cesa de aumentar, así como de precisarse su condición. Aparecen sus imágenes esculpidas en templos (Tulum, Quintana Roo) o en estelas (Mayapán –Yucatán–, Cozumel –Quintana Roo), modeladas en incensarios del tipo Chen Mul, pintadas en los muros de edificios religiosos (Tulum, Santa Rita Corozal –Belice), grabadas y pintadas en vasijas de cerámica, y dibujadas en los tres códices que han llegado hasta nuestros días. A este conjunto conviene agregar las divinidades citadas en las crónicas europeas (fray Diego de Landa) o indígenas. En los Libros de Chilam Balam o en el Ritual de los Bacabs su número parece infinito. Es evidente que muchos de estos nombres en realidad son títulos o sobrenombres, varios de ellos referidos a la misma criatura.
El mundo mítico de los mayas del Posclásico constituía un conjunto particularmente heterogéneo, con sólo unas cuantas de sus criaturas reconocidas en toda la zona (dios del cielo, dios de la lluvia y del rayo, del comercio), y divinidades con representaciones en un espacio más limi-tado, a veces poco conocidas o incluso desconocidas, así como otras más que gozaron de una sola referencia gráfica o escrita. Esta situación se podría comparar con el conjunto de santos europeos en el que, al lado, de los santos de mayor popularidad, como San Jorge, San Miguel, San Cristóbal, San Nicolás o San Roque, aparecen santos locales, cuyo nombre sólo se conserva en el de los pueblos de los que eran patronos, sin saber más de su historia, sus atributos y su función.
Además de su relativa popularidad, debe tomarse en cuenta su origen, cuando es posible determinarlo. En el Templo de los Guerreros de Chichen Itzá se esculpieron representaciones de un personaje con una sola pierna y con otro rasgo distintivo, el motivo convencional de un espejo humeante. No cabe duda de que nos encontramos en presencia de un precursor maya del dios azteca Tezcatlipoca (y quizá tolteca, en vista de que se conoce una imagen similar en Tula, Hidalgo), quien sería un importante dios en el panteón azteca. ¿Cuál sería la condición del personaje de una sola pierna en Chichén Itzá, divinidad o héroe mítico? Paradójicamente, este personaje desaparece del conjunto de los dioses mayas en el Posclásico Tardío. A pesar de su breve trayectoria en el área maya, su presencia en Chichén Itzá indica transformaciones en el mundo mítico, debido a influencias foráneas. En cambio, la anciana que con ayuda de su cántaro hace llover en el mundo, probablemente es de origen local; se le vuelve a encontrar en el siguiente periodo en una imagen parecida del Códice Madrid, y se le ha identificado con la letra I. Los demás dioses de origen local o extranjero, que algunos creyeron reconocer en Chichén Itzá, están aún muy mal definidos. Es en ese sitio donde las primeras representaciones de una clase sacerdotal maya, cuyos miembros visten el mismo largo atuendo y portan ofrendas, aparecen en forma simultánea con los primeros dioses.
Para el Posclásico Tardío podemos utilizar como referencia los tres códices mayas que se conocen, los cuales contienen un gran número de representaciones divinas. Los personajes plasmados en los códices Dresde, Madrid y París pueden ser vistos como dioses, pues poseen las siguientes características:

1) Tienen un cuerpo antropomorfo pero su cabeza no es humana sino deliberadamente monstruosa o grotesca, es decir, compuesta por rasgos simbólicos inspirados en los reinos animal y vegetal.
2) Dentro de un mismo códice, y en el conjunto de los códices, han sido identificados, en cantidad limitada y de manera recurrente, los mismos personajes, caracterizados por ciertos rasgos físicos, elementos de su atuendo o atributos específicos.
3) Los personajes no sólo fueron individualizados mediante la atribución de una apariencia propia, sino que además tienen un nombre jeroglífico específico. Aunque en la mayor parte de los casos se desconozca tanto su pronunciación co-mo su significado, el mismo compuesto glífico se halla sistemáticamente asociado con el mismo personaje.
4) Los personajes aparecen realizando diversas acciones, a menudo rituales. Por ejemplo, presentan o reciben ofrendas de copal o de alimentos; practican el autosacrificio y el sacrificio, etc.
5) Los personajes ocupan un sitio definido y cíclicamente recurrente en el calendario.
6) Durante el periodo con el que se encuentran asociados, se atribuye a los personajes una influencia sobre el curso de los acontecimientos, generando de esa manera profecías que remiten a augurios favorables o desfavorables.
7) Al igual que otros dioses mesoamericanos, los personajes poseen en ciertas ocasiones cuatro advocaciones, que corresponden respectivamente a un rumbo cardinal.

No se debe pensar que los dioses catalogados, y designados con una letra, por Paul Schellhas a partir de estos códices constituyen todo el panteón maya. La parte más importante de esos manuscritos son los almanaques, que indican que el dios de la lluvia o dios B predomina sobre los demás dioses, seguido por otras divinidades relacionadas con la meteorología y la fertilidad, como los dioses K (¿el rayo?), E (el maíz), A (la muerte, es decir, la de las plantas y de los humanos que padecen hambruna), I (la anciana que hace llover). No sorprende no encontrar a Xipe-Tótec, dios de la guerra y del sacrificio, pues no tiene injerencia en los ámbitos tratados en los códices, aunque se encuentra en los incensarios de Mayapán. En cambio, es sorprendente no encontrar un dios tan importante como el B en el panteón pintado en los muros de Santa Rita Corozal, Belice.
La Estructura I de Santa Rita Corozal, ya totalmente desaparecida en nuestros días, era un edificio rectangular con los muros exteriores totalmente cubiertos por pinturas, reproducidas a color a finales del siglo XIX por el arqueólogo inglés Thomas Gann. En el muro norte se pintó, de manera muy detallada, una secuencia de dioses acompañados por su nombre (difícil de descifrar): además, algunos de ellos aparecen como los patronos de una rueda de tunes (años). En su mayor parte, están atados unos con otros por cuerdas, en espera de su suerte; no se trata de cautivos, pues no hay vencedores, sino de un sacrificio colectivo de dioses, comparable al mito de la creación del quinto sol de Teotihuacan, estado de México (Baudez, 2004, pp. 317-330). En lo que queda del muro este parece reconocerse una ejecución y en el muro oeste se presenta la fase final: se ofrendan al Sol música, canto y danza y las cabezas decapitadas de los dioses se ofrendan a la tierra y al Sol.
Puede decirse que todos los personajes son dioses mayas, al menos hasta que se demuestre lo contrario. Al parecer, se ha identificado a los dioses E (maíz), G (deidad solar), K (rayo), L (inframundo) y M (comercio), y a éstos se suman otro dios del comercio y otro dios solar. Sin embargo, la verdadera identidad de la mayor parte de los protagonistas de esas pinturas sigue siendo una incógnita.
En el Posclásico Tardío, los dioses habitan en el cielo, como lo muestran los dioses descendentes, quienes velan por la comunicación con la tierra. En ocasiones son dioses (como el dios del maíz en Tulum), pero la mayor parte del tiempo son personajes subalternos que más bien parecen mensajeros de las divinidades, pues están ausentes los rasgos distintivos. Con frecuencia sostienen ofrendas en las manos y cabe suponer que las han venido a recoger.

la religión maya del clásico: una religión sin dioses

Cuando es posible interpretar el uso al que se destinaban, los templos-pirámides del Clásico resultan ser monumentos dedicados a honrar –en vida o póstumamente– al soberano y a su dinastía. Asimismo, las estelas, las imágenes de la realeza en las fachadas y cresterías están muchas veces acompañadas por criaturas sobrenaturales, sólo para proporcionar al soberano un entorno cósmico o sagrado. Ningún edificio arquitectónico está exclusivamente dedicado a seres sobrenaturales que pudieran llamarse dioses. Por mucho tiempo se creyó que los mascarones que decoran, al infinito en algunos casos, las fachadas de los templos teratomorfos (en forma de monstruo) de las Tierras Bajas del norte, representaban a Chaac, dios de la lluvia. Se ha podido demostrar que la entidad representada –en bajo y altorrelieves– es el monstruo terrestre (Baudez, 1999) que, como lo veremos después, no es un dios. La iconografía del templo Rosalila de Copán, Honduras, totalmente reconstituida, no presenta a dioses sino a grandes pájaros modelados en estuco que aluden al nombre del fundador de la dinastía, Yax K’uk’ Mo’. El dios Sol que algunos creen ver no es más que el rey Sol.
Jamás se ha encontrado alguna estatua de piedra o de cerámica dedicada a un ser sobrenatural. Hay quienes no admiten fácilmente esta ausencia y argumentan el rigor del clima tropical como factor de de-saparición de las estatuas de madera; otros más consideran que la ausencia de imágenes no implica ausencia de dioses. Ahora bien, si el monoteísmo lleva con frecuencia a una postura iconoclasta, el politeísmo no podría prescindir de representaciones, indispensables para establecer la personalidad de los dioses, sus atributos y sus dominios.
En contraste con los incensarios Chen Mul del Posclásico Tardío, en los que aparecen dioses pintados, la ornamentación de los incensarios del Clásico se restringe a figuras emblemáticas del inframundo, como el jaguar, o a símbolos de fertilidad, como el fruto del cacao. Los portaincensarios de Palenque, Chiapas, llevan decoración modelada y pintada de gran complejidad, que representa un cosmograma vertical con imágenes del mundo subterráneo (jaguar y Sol nocturno) en la parte inferior e imágenes celestes (aves) en la parte superior).
Palenque también es famoso por la variedad de estatuillas antropomorfas de rostro “grotesco”. Al contrario de las estatuillas del Posclásico de la Cuenca de México, todas son diferentes y no representan dioses individuales.

¿Dónde están los dioses en Bonampak?
La Estructura 1 de Bonampak, Chiapas, alberga un conjunto excepcional de pinturas murales distribuidas en tres cuartos; en cada uno se representa un momento de una tragedia en tres actos: antes, durante y después de la batalla. Si bien el rey y su corte son los principales actores de esas pinturas, algunos ritos están descritos minuciosamente. Se ven mujeres, sin duda de la familia real, que se autosacrifican pasando un cordel a través de su lengua, y papeles manchados con su sangre que se depositan en un incensario, listos para ser quemados como ofrenda (cuarto 3). No se indica el destinatario o destinatarios de este sacrificio, si es que los hay. Ocurre lo mismo con el sacrificio del hombre a quien se arranca el corazón, pintado en la escalinata del cuarto 3, y con el sacrificio y la tortura de los prisioneros en la cúspide de la pirámide del cuarto 2. Asimismo, es imposible determinar a qué fuerza se dedica la gran danza realizada al pie de la pirámide pintada en el cuarto 3.
En el cuarto 1, un grupo de seis danzantes ataviados y enmascarados, acompañados por músicos (trompetas, tambores, caparazones de tortuga y sonajas), se dispone a entrar en acción. Uno de los personajes sentados lleva un tocado con una máscara del monstruo terrestre acuático y al lado se ve un personaje con máscara de cocodrilo. Los otros danzantes encarnan a un crustáceo (¿camarón de agua dulce?), ¿un pato? y un cangrejo que levanta sus tenazas arriba de su cabeza. La criatura de la extrema derecha lleva una cabeza de muerto coronada por un nenúfar mordisqueado por un pez; es otra forma del monstruo terrestre acuático que ilustra el tema de muerte y renacimiento. Tres danzantes visten faldas de fibras y pectorales iguales, y todos llevan nenúfares. Las máscaras, la vestimenta y los adornos vegetales se relacionan con el medio acuático, el de los bajos, representado en numerosas vasijas del Clásico con sus animales y su planta emblemática, el nenúfar. Los personajes no aparecen como dioses individualizados, sino como espíritus del agua, invocados por la danza y la música para que restituyan la fertilidad ideal del medio.

Alegorías, emblemas y signos cosmológicos
En el arte “oficial” conformado por la arquitectura y por la escultura y la pintura monumentales, el rey maya tuvo un papel preponderante durante el Clásico. Los monstruos cósmicos, las criaturas sobrenaturales, los ancestros y otras manifestaciones del mundo mítico aparecen como sus servidores, ya sea para legitimar su poder, para mostrar que el rey es el centro del mundo o para explicar al espectador los papeles y cargos que desempeña. Se identifica con el Sol: naciente, cuando sube al trono, poniente, cuando muere. La metáfora solar hace del rey maya la figura más poderosa del universo, a la que se someten todas las demás criaturas humanas, naturales y sobrenaturales.
Las principales fuerzas naturales, el Sol, la Luna, el cielo y sobre todo la tierra, están muy presentes en la iconografía maya. Sus representaciones no están predeterminadas, como en el caso de las divinidades, y sus formas cambian conforme a lo que el artista quiere expresar y del contexto en que se encuentran. Así, el Sol puede adoptar una forma humana cuando se confunde con el rey, o felina cuando es nocturno, o de ave (quetzal o guacamaya) cuando es diurno. A menudo, el cielo forma una bóveda o un arco: es una serpiente o un monstruo-reptil, a veces bicéfalo, cuyo cuerpo puede sustituirse por una franja celeste, una serie abstracta de signos referentes al cielo y a los cuerpos celestes. Debido a sus múltiples funciones, las imágenes de la tierra son las más numerosas y las más variadas. La tierra abre sus mandíbulas para dar paso al nuevo Sol o al joven rey, y para engullir al fatigado Sol y al difunto rey. Es fuente de vida, pero también se alimenta de cadáveres y de sacrificios; guarda las aguas subterráneas, pero alberga al Sol nocturno y el inframundo.
Todos estos aspectos pueden tratarse en conjunto o por separado. El artista del Clásico sabía dosificar los atributos de cada figura, según las necesidades de expresión. El monstruo terrestre es un híbrido en el que predominan los elementos tomados de los reptiles. Elementos del glifo cauac se integran frecuentemente como parte de los adornos de su cabeza o de su cuerpo. A un monstruo completo –en ocasiones de dos cabezas enfrentadas, una viva, la otra esquelética– se le puede sustituir por una sola cabeza o una máscara. Las máscaras cauac aparecen algunas veces dibujadas en el cuerpo del monstruo o en relieves en los templos teratomorfos. Estas imágenes no son divinidades, sino alegorías, es decir, representaciones de una entidad abstracta (como la libertad, la primavera, América, el río Tíber, etc.) mediante un ser animado (personaje o monstruo) al que se asocian atributos simbólicos.
En las representaciones cosmológicas también se recurre a emblemas definidos, como seres u objetos concretos considerados representativos de una cosa abstracta. Así, para insistir en la fertilidad de la tierra, se evoca el medio húmedo de los bajos: el monstruo terrestre existe en versión acuática en forma de un cráneo descarnado, en el cual crecen nenúfares y se mueven peces, cocodrilos, tortugas, etc., a su alrededor. Animales emblemáticos como el sapo, el cocodrilo o la tortuga representan ocasionalmente a la propia tierra.
En un nivel superior de abstracción, los mayas del Clásico utilizaron signos como el motivo en T, que indica la hendidura frontal del monstruo terrestre. Representa a la tierra como parte del todo (Baudez, 2002). En la Casa B del Palacio en Palenque, Chiapas, se encuentran algunas de las pocas ofrendas presentadas a ese motivo.

El rayo y el poder real
Uno de los personajes no humanos más comunes en la iconografía maya, tanto en la escultura como en las vasijas pintadas, es una criatura con rostro de reptil y cuerpo antropomorfo, con excepción de una de sus piernas, formada por una serpiente. Tiene un hacha humeante encajada en la frente. El cuerpo del personaje representa el mango del hacha, y el conjunto, una alegoría del rayo. Los mitos mesoamericanos que describen cómo los espíritus hienden las nubes con sus hachas para hacer caer la lluvia, sustentan esta interpretación, pues en América, como en muchas partes del mundo, el hacha de piedra pulida se llama piedra de rayo, lo que se confirma por el signo de humo unido al del hacha de nuestro personaje. La alegoría del rayo es un símbolo de poder real (el rayo fulmina al enemigo y por otra parte trae la lluvia), y en las estelas aparece en forma de cetro, sostenido en alto por el soberano o colocado en los extremos de la barra ceremonial, que a su vez es una imagen del cielo.
El glifo T1030 y sus múltiples variantes que designan a este personaje es parte de los títulos reales. El compuesto glífico formado por un hacha humeante sostenida en la mano es una clara alegoría de la ascensión al poder. En un principio se pensó en esta criatura como el ancestro del dios K de los códices y después como en una divinidad llamada Kawil. Suponiendo que esta lectura estuviese bien fundada, ¿por qué sería este personaje un dios? En numerosas culturas, el rayo es un símbolo de poder supremo en manos de soberanos o de dioses (Zeus, Júpiter, Indra, Thunar). La alegoría maya del rayo no es objeto de culto alguno. Es una de las figuras de la tríada de Palenque compuesta por ancestros míticos de los reyes de esta ciudad. ¿Eso la convertía en una divinidad? No hay ninguna certeza. Declarar a un soberano hijo del cielo no implica que el cielo sea un dios. Durante el Posclásico Tardío, el dios K (tal como lo caracteriza Paul Schellhas) es representado mediante el glifo de una cabeza perforada por un hacha humeante; aparece presentando ofrendas en los muros de la Estructura 16 de Tulum, Quintana Roo, y en el Códice de Dresde. Las dos criaturas, la del Clásico y la del Posclásico, a pesar de que ambas son sagradas, se manifiestan en diversos contextos, en los que destacan papeles y estatus diferentes para cada una.
Hay otras figuras alegóricas que forman parte de imágenes sagradas, como el cuchillo excéntrico, el cuchillo de sacrificio, el maíz o la muerte, para citar sólo algunas. No hay motivo para deificar estas figuras y hablar de un dios del maíz o de un dios de la muerte. Simplemente son el maíz y la muerte.

Panteísmo y mitología
Al parecer, las numerosas criaturas antropomorfas de rostro “grotesco” que gravitan alrededor de la persona real representan espíritus. Constituyen un mundo diverso, poco diferenciado, difícil de clasificar. La mayor parte se pueden ordenar en dos categorías principales: la primera abarca a las criaturas de hocico corto que evocan a la figura emblemática del jaguar y provienen del mundo subterráneo, del Sol nocturno, de la guerra, del sacrificio y de la muerte. La segunda abarca las de hocico alargado, semejantes a un reptil, que se encargan de las cosas de la tierra, del agua y de la fertilidad. Estas dos categorías se refieren a los dos términos de una dualidad fundamental, expresados por las dos cabezas enfrentadas del monstruo cósmico bicéfalo. Pero existen excepciones a esta clasificación somera y provisional, como la del ser antropomorfo con cabeza de murciélago, que forma parte de quienes rodean al rey de la estela D de Copán, Honduras. Es difícil interpretar la variada iconografía de las cerámicas pintadas e incisas, sobre todo porque a menudo se desconoce el contexto de las vasijas. Además del área de los bajos, descrito anteriormente, en las vasijas se ven batallas y sacrificios, escenas de la corte, danzas en el inframundo, procesiones de espíritus venidos de otros mundos; asimismo, se cuentan mitos en los que intervienen héroes, espíritus y criaturas alegóricas procedentes principalmente del inframundo. La figura alegórica del rayo y las máscaras terrestres son las escasas representaciones que por sí mismas constituyen la decoración de algunas cerámicas.

¿Qué cultos y para qué dioses?
Ni la arqueología ni la iconografía demuestran la existencia de rituales que pudieran estar dedicados a divinidades. Ya se ha mencionado la ausencia de templos o de otros sitios de culto dedicado a uno o a varios dioses, de quienes además faltan las imágenes. La arquitectura monumental del Clásico es dinástica (pirámide templo, templo funerario, palacio) o cosmológica. Los templos teratomorfos de Yucatán representan al monstruo terrestre y terminan por convertirse en lugares de gran energía cósmica. La Estructura 12 de Copán, representación del inframundo húmedo, servía de escenario a los rituales realizados por espíritus del agua, análogos a los del cuarto 1 de Bonampak. La Estructura 24, también de Copán, representa el inframundo en su aspecto árido y sirve de escenario para “actuar” de manera ritual el descenso al inframundo. Los grupos de pirámides gemelas de Tikal, Guatemala, son representaciones esquemáticas y horizontales del universo, escenarios de procesiones que marcan los finales de periodo y cuyo fin es preservar el orden cósmico. Junto con los conjuntos microcósmicos, construidos en el siglo XVI para las fiestas de fin de año (fin de periodo), se hallan cuatro edificios de piedra orientados hacia los puntos cardinales, propios para las procesiones. En el Tikal del siglo VIII, el rey era el oficiante y los dioses estaban ausentes, mientras que en la época de Diego de Landa, los sacerdotes oficiaban con la participación de los dioses “portadores de años”.
Se desconocen los destinatarios o los beneficiarios de los sacrificios humanos y de los autosacrificios. Los mayas, al igual que todos los pueblos mesoamericanos, se sentían eternamente deudores, sin importar quiénes pudiesen ser sus acreedores. El sacrificio era el mejor medio para pagar su deuda a entidades vagas como la tierra o el cosmos, por los favores recibidos o por los beneficios venideros. El rey debía poner el ejemplo como primer sacrificante. Los símbolos sacrificiales abundan en las estelas en las que ancestros y espíritus aparecen a veces portando instrumentos para recordar al soberano sus deberes.
En los cimientos de las nuevas construcciones o durante la erección de monumentos se realizaban depósitos rituales. Algunas veces se trata de ofrendas, sin otro destinatario más que la tierra, identificadas por su disposición en cruz o su colocación en el fondo de un pozo. Sin embargo, los elementos depositados son el resultado de ritos (espinas de raya ensangrentadas, rastros de incienso) u objetos simbólicos (conchas, jades) utilizados durante las ceremonias, que brindan pruebas materiales de la realización del ritual. Siguen sin aparecer rastros de divinidades, de nuevo ausentes en las sepulturas, incluso en las reales.
Las ofrendas de incienso, como se ha visto, están destinadas a todo el cosmos (portaincensarios de Palenque) o a mundos poco individualizados (el inframundo o la morada de los ancestros).

Conclusiones
Si se evitan los anacronismos –haciendo caso omiso de las crónicas del siglo XVI y de los datos arqueológicos del Posclásico al abordar la religión en el Clásico–, la búsqueda de dioses mayas en las imágenes y en los vestigios de los cultos de esa época resulta en vano. En los últimos 30 años, fueron principalmente los epigrafistas quienes destacaron el politeísmo maya. Sus hipótesis han sido a veces convincentes, sobre todo en Palenque, en donde los reyes legitimaron su poder personalizando, nombrando y “fechando” (atribuyéndoles una fecha de nacimiento mítico) a los ancestros que eran patronos de los tres templos del espacio ritual del Grupo de las Cruces de Palenque. No cabe duda de que se trata de un intento para que las criaturas sobrenaturales accedan al estatus divino. Esta tentativa no se imitó con frecuencia, hecho explicable debido a la omnipotencia de los reyes, celosos de compartir su poder, aun con el mundo sobrenatural. El desmoronamiento de la rea-leza durante el Posclásico permitió que los dioses procedentes de otros sitios ocuparan un nuevo terreno y que criaturas locales se transformaran en dioses.
Es imposible demostrar que algo no existe. En cambio, siempre es posible presentar argumentos para demostrar la existencia de algo. La carga de la prueba, como dicen los juristas, corresponde a quienes piensan que los mayas del Clásico y del Preclásico creían en dioses y les rendían culto. La imagen de un bello joven con tocado de follaje podría representar el maíz, ¿pero de qué argumentos disponemos para atribuirle una condición divina?, ¿por qué se trataría del dios del maíz? Ya no se puede esquivar este tema con la sola respuesta de que “es obvio”. Es tiempo de que los mayistas de diversas disciplinas (arqueología, iconografía, epigrafía) conjunten sus saberes y sus ideas para debatir esta cuestión fundamental.

Traducción: Luz María Santamaría

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Claude-François Baudez. Director de investigación honorario del Centre National de la Recherche Scientifique de Francia. Ha realizado investigaciones arqueológicas en Costa Rica, Honduras y México.

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